Introducción: No resulta fácil.

Cuesta encontrar las palabras correctas a la hora de querer plasmar en una hoja lo que en el alma acontece. Quizás porque es difícil dibujar con palabras la silueta del interior propio.

Por mi parte, pudiese contarles que no encontré un camino más agradable y un método más eficiente de corregir mi errático andar que el aislamiento.

Pero esta situación y determinación no me es nueva ni extraña; mis mejores resultados, mis metas cumplidas, mis momentos cumbre y mi plenitud espiritual y material han ocurrido en períodos prolongados de aislamiento social y emocional.

Y lo que hago hoy para dejar las ideas fluir tampoco me resulta novedoso; ninguna historia trascendente o emocionante ha iniciado con alguien contando que se estaba comiendo una ensalada (citando a Hank, con su permiso y con el respeto que merece el grandioso Bukowsky): una copa de Cabernet Sauvignon siempre fue, es y será requerida a la hora de echar a volar la mente, los dedos en el teclado y el alma. Algunos requieren drogarse, pero a mi esas mierdas solo me provocan nauseas y rechazo; alterar tu estado de conciencia solo refleja que no tienes las pelotas para mostrar tu locura al mundo como realmente es y necesitas que una sustancia te joda el cerebro para que imagines colores y maquines cosas enfermas en tu mente. Y no me vengan con que el vino hace lo mismo. No señores: el vino solo suelta los dedos para echar afuera lo que dentro de ti ya hay, lo que ya existe en tu interior, no te inventa colores ni te hace olvidarte del mundo tangente que hay fuera de ti ni lo desfigura; el vino deja que tu poeta interior se suelte, que baile un tango con la libido y haga reír a tu seriedad y gravedad.

Me retracto de las primeras líneas de este texto de introducción: solo necesitas precalentar para que las palabras simplemente fluyan desde una pequeña idea y se conviertan en una declaración trascendental.

Me aislé del mundo porque simplemente ya nada ni nadie parece compartir nada conmigo, no veo nada que en ellos me pueda significar un aporte, una enseñanza o como poco, no encuentro nada que me haga tenerles una pizca de admiración.
En realidad me dan asco.

Y últimamente me da asco casi todo (a excepción - por suerte - de la comida, el alcohol, la música y la reducida cantidad de escritores que han logrado conmoverme).


Ni las viejas amistades me causan nostalgia, ni la vida en pareja me parece algo cautivador, ni las aspiraciones materiales más comunes me producen curiosidad ni lo religioso y extraterrenal me hacen temblar o temer. Por eso me aislé.

Llegamos solos al mundo y así mismo nos iremos de éste. ¿Cuál es la idea de dar tanta importancia, casi hidalga, a alguien que caga, apesta, balbucea mierdas y gasta aire igual que nosotros?
¿Será que no nos vemos como entes lo suficientemente capaces como para valerse por sí mismos en esta jodida existencia?

El amor, el amor, el amor... La maldita artimaña de la naturaleza para preservar la especie (citando a Nietzsche, otro de mis grandes mentores). Se le hacen canciones, películas, libros, pinturas, y quizás cuanta basura más en su honor, mientras paradójicamente, nadie parece entender cómo realmente este es y funciona.

En mi caso personal, me cuestiono por qué a pesar de las percepciones personales que anteriormente describí, aun me empecino en prolongar una relación desgastante y a ratos tóxica, que me amarra las alas con alambre de púas, que se entierran en mi carne, la infectan y gangrenan con apacible normalidad, e incluso, un tétrico y sádico placer lleno de excusas para perpetuarse.

Soy un idiota. Lo admito.

Si compartes en parte o a cabalidad las palabras escritas aquí, si estás aislado del resto y encuentras aquí más razones para permanecer lejos de los imbéciles, bienvenido.

Si no es así, vete a la mierda.


¡Salud!

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